Faltando muy poco tiempo para que culmine el periodo de la LIX legislatura, el gobernador de nuestro estado, el maestro universitario Juan Carlos Romero Hicks, presentó la tan esperada iniciativa para la reforma de la Ley Orgánica de la Universidad de Guanajuato, instrumento que ha regido incólume los últimos doce años. La expectativa es grande, recordando que el proceso previo de debate al interior de esta institución había transitado por peripecias sin fin. Dos rectores promovieron la reflexión interna, y la suerte no siempre estuvo de su lado. Algunos componentes de la comunidad universitaria -concepto que ahora sí tendrá existencia legal- han considerado que las maneras tradicionales de ejercer la academia en la colmena legendaria se ven amenazadas, y que la reforma en realidad oculta aviesos intereses de los detentadores del poder. No les han faltado argumentos, hay que reconocerlo, en un momento político en el que priva la incertidumbre ante el inminente regreso de los tecnócratas universitarios a sus madrigueras académicas.
Independientemente de cómo se puedan interpretar las sutilezas de los tiempos políticos y las imágenes que proyectan los actores, lo que a mí me tiene pasmado es cómo se ha simplificado al extremo los argumentos que hoy se exponen en los medios. Priva el maniqueísmo y la ignorancia. Pocos periodistas, opinadores e incluso universitarios se han tomado el trabajo de analizar con cuidado las iniciativas existentes, la del Consejo Universitario y la del Gobernador y su equipo. Yo sí me puse a chambearle, y comparé ambas propuestas artículo por artículo, y me doy cuenta de que muchas críticas -no todas- son infundadas. Por eso someto mi juicio a los lectores, para contribuir a la construcción de una opinión pública más objetiva.
Comencé estudiando las exposiciones de motivos, y confieso que en ese momento mi criterio favoreció a la exposición original por sobre la modificada por la gente del gobernador. La versión universitaria es sobria, elegante, bien escrita y no abunda en antecedentes innecesarios. La del ejecutivo es -en palabras romeristas- “profusa, confusa y difusa”: es reiterativa, formalista, aburrida y machacona con los antecedentes. Quien la escribió tenía mucho interés en subrayar lo mucho que la institución le debe al signatario de la iniciativa. Afortunadamente la exposición de motivos sólo es un aderezo de la auténtica ensalada.
En cambio la propuesta legal basculó mi opinión a favor de la iniciativa gubernamental. Se nota la mano de expertos en diseño jurídico. La propuesta de ley que se presentó ante el legislativo es ligera, concreta y económica. Eliminó muchos “loops” (rizos) normativos que gravitaban sobre la iniciativa universitaria. Además, y en abono a la autonomía, se dejó en manos del Consejo General Universitario el legislar sobre muchos procesos internos que se habían incluido sin necesidad en la versión previa. Sin duda es una ley marco, sin excesos prescriptivos y que le apuesta a la madurez institucional de la universidad.
La propuesta universitaria no sufrió demérito alguno, con excepción de los candados que el Consejo había introducido ante el temor -quiero creer que infundado- de que la reforma tuviese destinatario. Se dejó incólume la organización propuesta con base en campii, divisiones y departamentos, estructura que en realidad es el corazón de la reforma. No se tocó la colegialidad y los pocos mecanismos de democracia directa que se previeron en el texto original. No cabe duda de que la universidad no se está democratizando en el sentido electoral del término, pero sí se refuerzan las facultades del los órganos colegiados y se dan espacios al diálogo. Aprovecho para reiterar que aunque la democracia proporciona legitimidad y gobernabilidad a una institución, no facilita la efectividad que conduce a la excelencia. Y hoy día en la educación mexicana, tan deprimida, urge avanzar hacia esa excelencia académica, que constituye un verdadero elemento de justicia y ascenso social en la realidad concreta.
El modelo departamental y la autonomía fortalecida son las mejores vías para expandir la oferta y la presencia de nuestra universidad sin castigar su calidad. Eso es lo fundamental, no lo olvidemos. Si queremos verle tres pies al gato podremos estar de acuerdo en que la eliminación de los candados envió un mensaje inoportuno, que lastima sin necesidad. Yo los hubiera dejado intocados en aras de despejar cualquier duda, pero se ha optado por exponerse a las suspicacias. Y bueno, la mula no era arisca…
Por cierto, quien desee echarle un ojo a ambas iniciativas, las puede bajar de mi página personal: www.luis.rionda.com.mx
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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