Carlos Marx demostró en su famosa introducción a su “Crítica a la Economía Política” que la fuente primaria del valor agregado es el trabajo humano. De la labor cotidiana del obrero, del jornalero agrícola, del empleado asalariado, surge toda la riqueza que el capital es capaz de apropiarse. Esa diferencia entre el costo de producción y el precio final de venta, que Marx denominó “plusvalía”, define el valor no pagado a la fuerza de trabajo, apropiación que permite al capitalista iniciar un proceso de acumulación ampliada, fundamento mismo de la lógica liberal del modo de producción capitalista. Durante décadas las sociedades industriales dependieron de la baratura de la fuerza laboral no calificada, que como cualquier mercancía hubo de ser buscada en las áreas donde su abundancia permitiera pagar los salarios más deprimidos. Es el caso de lo que hoy sucede con los migrantes laborales mexicanos, que aportan su esfuerzo físico barato a la gran acumulación del capital en los Estados Unidos. México, en cambio, se queda sin poder aprovechar la riqueza potencial de esos trabajadores, y debe conformarse con el espejismo de las remesas de “migradólares”, aparentemente abundantes, pero que nos dan una idea del enorme volumen de riqueza que nuestro paisanos le generan al país del norte.
Hoy día las “sociedades del conocimiento” han descubierto que la fuente primaria e inagotable de la riqueza no es el trabajo físico, sino el intelectual. El capital ha dejado de depender del esfuerzo de los trabajadores “blue collars” (de cuello azul) y persigue ahora los talentos de los “white collars” (de cuello blanco). La educación se ha transformado así en la fuente de esa riqueza inagotable, así como la generación y aplicación de nuevo conocimiento a través de la ciencia y la tecnología. La gestión del conocimiento en las sociedades desarrolladas se da principalmente en los centros de investigación y desarrollo de las universidades y las empresas. Antes se consideraba que la prioridad era el desarrollo económico y material, y que a partir de ello vendría lo demás: la educación, la vivienda y la salud. Los grandes paradigmas economicistas, positivistas y marxistas del siglo XIX le dieron preeminencia teórica al sostén material de la economía, la llamada “estructura”, por sobre las manifestaciones culturales e ideológicas del ser humano, la “superestructura”. Luego, en el siglo XX, muchos otros teóricos como Max Weber, Wilhelm Dilthey, George Gadamer, Jürgen Habermas y muchos otros pondrían en evidencia el proceso contrario: que la cultura y el conocimiento compartido fundamentan la construcción de la nueva sociedad, basada más en procesos comunicativos y educativos que en la mera fábrica material de la civilización.
Actualmente se considera que la vinculación entre la educación y el progreso económico es esencial. Gary Becker lo puntualizó de la siguiente manera: “La importancia creciente del capital humano puede verse desde las experiencias de los trabajadores en las economías modernas que carecen de suficiente educación y formación en el puesto de trabajo”. Esta carencia los deja fuera de la competencia por los mejores puestos, que se reservan ahora para los individuos con las habilidades intelectuales más desarrolladas, con mayores recursos “intangibles” que les facilitan la adopción --e incluso la mejora-- de nuevas tecnologías de producción y distribución.
Es en este sentido que los nuevos gobiernos de México y Guanajuato deben ponderar en su justo valor el potencial de desarrollo de nuestro capital humano, mediante la asignación de recursos sustanciales a las instituciones de educación básica, media y superior. Hay que otorgarle a la ciencia nacional el estatus estratégico que debería tener. En Guanajuato es urgente apoyar la expansión de la educación pública y privada de calidad, particularmente a proyectos ambiciosos y de largo aliento como el que promete la reforma institucional y académica de la Universidad de Guanajuato, que le permitiría su expansión y su alcance hacia las regiones que tradicionalmente se han visto desatendidas. En lo particular me entusiasma mucho estar involucrado en uno de esos proyectos, la instalación de un Campus Sur en el municipio de Yuriria, que atendería las necesidades de una amplia región de 15 municipios de Guanajuato y varios más de Michoacán. Se trataría de un gran plantel con autonomía académica y de gestión, que podría atender hasta cinco mil estudiantes de licenciatura --la UG atiende hoy a poco más de 11 mil jóvenes en ese nivel--, con carreras pertinentes para la región y con la garantía de calidad que otorga una de las mejores universidades públicas del país --la segunda mejor de las estatales, en palabras de Julio Rubio, subsecretario de educación superior federal--. Los municipios objetivo tienen una población de 784 mil personas, de los que 106 mil se encuentran en edad de recibir educación superior (18 a 25 años). Hoy día deben salir de la región e incluso del estado para recibir este servicio. Es un enorme contingente de capital humano que requiere ser atendido y potenciado. En esas estaremos.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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