El título de esta colaboración parecería sugerir que es mi deseo abordar el tema del día: la conmemoración de los fieles difuntos. En efecto es así, pero con referencia especial a un tipo de fenecidos que hipócritamente nos place ignorar dentro de nuestro imaginario burgués: los paisanos, los trabajadores emigrantes que desde hace más de una década años fallecen rutinariamente en la frontera de la muerte que separa a México de los Estados Unidos. Un promedio mortal de un migrante al día es el precio que cobra el confín de nuestro país, zona que atestigua un flujo humano irrefrenable que pone en evidencia nuestro fracaso como país, incapaces como somos de generar las oportunidades que se merecen los jóvenes productivos que se nos escapan.
En la práctica, la frontera binacional se ha convertido en una zona de muerte desde que comenzó la polémica “Operación Guardián” -Gatekeeper- en la frontera californiana en octubre de 1994, hace 13 años, seguida por sus émulos: las operaciones “Interferencia” y “Salvaguarda” en Arizona, y “Río Grande”, en Texas. En esos años se acumularon cuatro mil muertes de trabajadores mexicanos y centroamericanos, que han dejado la existencia en su intento por alcanzar el fatuo “sueño americano”. Docenas de organizaciones civiles de ambos países denuncian sistemáticamente los abusos, las vejaciones y la violencia que se ejercen contra los trabajadores migratorios que intentan atravesar la frontera por los espacios más seguros y habitados (Tijuana-San Diego, Nogales, El Paso-Juárez, los Laredos). Ahora esos cruces son prácticamente impenetrables para los indocumentados debido a la inversión de miles de millones de dólares en nuevo y sofisticado equipo, el reclutamiento de 14 mil agentes fronterizos -la Border Patrol es la agencia policiaca federal más numerosa de los EUA-, y demás medidas de disuasión y persecución. Ahora que acabamos de salir de la temporada de calores extremos y lluvias abundantes, habrá que hacer el balance de cuántos aspirantes a trabajadores visitantes dejaron su existencia ahogados por el desierto o el río, asaltados por los maleantes, abandonados por los polleros o sencillamente asesinados -¿cómo saberlo? Estos pobres congéneres, hombres mujeres y niños, pasan a engrosar una fría estadística que las asociaciones de protección a paisanos han querido evidenciar con la exhibición sobrecogedora de cruces de madera clavadas en la valla metálica binacional.
¿Cuántos de estos muertos son guanajuatenses? Los medios impresos locales se han ocupado desde hace algunos años de documentar y dar seguimiento a casos particulares de paisanos que han sufrido este cruel destino. El detalle a nivel familiar es sobrecogedor y terriblemente emotivo. Madres y padres que pierden a alguno de sus hijos; hijos que quedan sin padre o madre; esposas precozmente viudas; hermanos, parientes, amigos que lloran por ese, por esa, que no volverá.
Es difícil conseguir datos fidedignos para poder ofrecer una idea de la magnitud de este fenómeno trágico, particularmente en lo que se refiere a los estados. Hace un par de años tuve la fortuna de obtener, gracias a la cortesía del entonces delegado de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el embajador Eleazar Ruiz, algunos datos muy valiosos. Supe así que más o menos se conocen las causas de los 247 decesos de migrantes guanajuatenses que se acumularon en los años 2002 (55 muertes), 2003 (89) y 2004 (103). Los accidentes de auto son la principal cause de muerte (21.6%), y está muy vinculada a la carencia de cultura vial de parte de los paisanos -como es evidente al circular por nuestras carreteras nacionales. Le sigue la deshidratación (18.3%), que está vinculada directamente con el intento de cruce de la frontera. Las inquietantes categorías de “Otros” (19.5%) y “Se desconoce” (18.7%) acumulan más de la tercera parte de las muertes, lo que deja la impresión de que muchos decesos no son suficientemente investigados. Tampoco se entiende la categoría de muertos por “enfermedad” (10.4%) por su ambigüedad. Los infartos y los asesinatos empatan en la misma proporción: 5.8% casa uno, pero estoy seguro de que muchos homicidios se ocultan detrás de aquél tercio de categorías inciertas.
Sencillamente cada año, en noviembre, el luto cubre a alrededor de un centenar de familias guanajuatenses que han perdido en el año a alguno de sus miembros en la aventura del cruce. Como ser humano, este drama me conmueve; como académico me convoca a conocer sus entrañas. Afortunadamente un colega antropólogo de la Texas Christian University, el doctor David Sandell, está desarrollando desde hace tres años un proyecto de investigación vinculado al duelo de estas familias acongojadas, en la comunidad de Chichimequillas. Es un acercamiento a la antropología de la muerte y la tanatología que mucho nos dirá cuando vea su publicación. Entretanto, acompañemos a los deudos de esta, nuestra tragedia nacional.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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