Tuve la estupenda idea de circular mi anterior envío de este diario de campo en la poblada lista de discusión de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales, que tengo el honor de administrar. De inmediato algunos amigos y colegas reaccionaron con menor o mayor grado de escrúpulo sobre varios de mis asertos. Debo agradecer sus argumentos, que despiertan la sana polémica que debe caracterizar a los académicos especialistas en temas tan naturalmente debatibles como la dificultosa convivencia en una sociedad contrastada.
Aunque buscaré dar respuesta individual a cada uno de ellos por el mismo medio en que me hicieron llegar sus réplicas, tejo aquí un intento general de autodefinición en algunos de los puntos que se me señalaron. En primer lugar, reitero que siempre me he asumido de izquierda, y que considero que este epíteto refleja un compromiso activo con los marginados y oprimidos mediante los caminos del desarrollo social incluyente y autogestivo, acompañado del ejercicio de la tolerancia, la libertad de pensamiento y la reivindicación del ser humano como un ente superior a sus propios constructos ideológicos. Precisamente por este compromiso libertario, ser de izquierda representa una lucha permanente contra toda forma de autoritarismo y pensamiento hegemónico. Sencillamente me niego a rendirme ante los dogmas que buscan imponer los extremos de la derecha y de la izquierda. No reconozco la existencia de una verdad única, incuestionable, simplificadora, sobre cualquier tópico social o político. La hermenéutica social nos enseña que existen tantas posibilidades de lectura e interpretación de la realidad, como cabezas inteligentes existen en el mundo, y que el pensamiento uniforme es el recurso que buscan imponer los mesías e iluminados de cualquier signo.
Por lo mismo, no puedo aceptar estrategias parlamentarias basadas en el clamor, la balandronada, la amenaza o la violencia, arropados en la pretendida defensa de un “recurso estratégico”, de un “proyecto de nación” o de la “soberanía amenazada”. Por más que se quiera justificar la toma de las tribunas del congreso, el hecho objetivo es que se acudió a una maniobra extralegal y peligrosa, que plantea la posibilidad futura de que se convierta en un procedimiento estándar para otras fuerzas políticas. Sencillamente es estirar la liga de la política –ese arte que nos permite coexistir sin exterminarnos- hasta poco antes del punto del reventón. No hay justificación a evadir el diálogo y construir una posición de fuerza extra argumental, lo reafirmo.
El título de mi colaboración intentó resumir el sentido de mi reflexión: nuestra izquierda –todos los partidos incluidos en el cajón- está transitando por una tortícolis: una incapacidad de voltear la cabeza para ver al otro lado. Las posiciones de poder, los recursos económicos abundantes, la cerrazón ideológica y el odio, sí, el odio, están corrompiendo los afanes originarios del ser de izquierda. Las causas últimas se están desdibujando a favor de causas intermedias: ¿qué es más importante: la defensa de una constitución caduca, la preservación de un PEMEX estatizado, la protección de sindicatos deshonestos (SMTPRM, SME…), o la búsqueda de un desarrollo sostenible y compartido para todos los sectores de la población nacional, particularmente los más pobres? Se están poniendo los bueyes detrás de la carreta. Los dogmas ideológicos deben ser replanteados a la luz de las realidades sociales en permanente cambio, pues lo que era necesario y defendible en los años treinta, o en los setenta, es decadente y reaccionario en los años cero del siglo XXI.
Los colegas críticos me insinúan, o de plano me acusan de que soy gente de derecha. Lo rechazo no por temor al epíteto, pues las etiquetas son mudables y relativas a la circunstancia concreta en que se debata, sino porque me continúo comprometiendo con los fines solidaristas de largo plazo, no con las banderas coyunturales que sólo benefician a personajes concretos que manejan la agenda oculta de la movilización, y que hoy desgarran al último gran partido de izquierda. Me manifiesto a favor del debate civilizado entre los contrarios, sin presiones extra argumentales. El respeto, la tolerancia y la aceptación mutua no son graciosas dádivas entre los rivales, sino condiciones irrenunciables para el desarrollo democrático. La movilización social debe ser el último recurso, no el primero, y debe tener sustento en la imposibilidad de ejercer el debate en términos razonables, sobre todo ante el ejercicio del autoritarismo excluyente. Así, hasta una revolución encuentra su justificación histórica.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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