Lenguajes venenosos
Por: © Luis Miguel Rionda ©
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El lenguaje es una capacidad comunicativa cuya potencia ha
sido llevada a extremos notables en el ser humano. En nuestra especie, todos
los grupos desarrollan códigos —o sistemas de signos y significados— que
facilitan la convivencia cotidiana. Los lenguajes se basan en elementos, las
palabras, que son como los átomos de las estructuras de sentido. Las palabras se
proyectan mediante un recipiente —una serie de sonidos, un conjunto de trazos
gráficos u otros recursos— y transportan un contenido significativo, que
denominamos “concepto”.
Los conceptos son las “moléculas” del lenguaje. Una
definición más formal sería que un concepto es una imagen mental de un elemento
de la realidad que es abstraído —traducido en imágenes mentales— para después
ser “empaquetado” en ese concepto.
Este es un proceso que es determinado externamente por la
psique colectiva, el ethos comunitario que se construye como respuesta
adaptativa de un grupo humano a su entorno concreto. Ningún individuo determina
los contenidos de un concepto, más que cuando interactúa con sus semejantes. En
otras palabras, una persona individual no tiene la capacidad de alterar sustancialmente
los significados de las palabras y sus conceptos. Y esto vale para las
expresiones complejas.
Toda sociedad amolda sus lenguajes a las circunstancias
propias de su momento histórico, su desarrollo tecnológico, su nivel de
institucionalización y su cuerpo regulador de conductas —corpus legal o
normativo—. Así, en la república espartana los ilotas eran considerados poco
más que animales; los romanos esclavizaban sin piedad a pueblos completos
considerados “bárbaros”; los conquistadores españoles subyugaron a
civilizaciones americanas completas, y los redujeron a calidad de “menores de
edad”; los colonos ingleses, holandeses y franceses exterminaron a los nativos en
los dominios imperiales, y así, un larguísimo etcétera. Sus hablas reflejaron
los sistemas de dominación y justificación de los poderosos, pero también de defensa
por parte de los dominados.
Las lenguas reproducen la conceptualización de un pueblo
sobre su realidad, y en particular sobre los otros, los diferentes. Los
conceptos se cargan o descargan con contenidos ideológicos, y con frecuencia
sus usuarios pierden conciencia de sus significados originales, y se mantienen
en uso cotidiano más tiempo que las coyunturas que les dieron origen. No es
raro escuchar expresiones con raíces discriminadoras que se emplean —con o sin
malicia— en la conversación cotidiana: “trabajo como negro”, “no tiene la culpa
el indio”, “me engañaron como a un chino”, “tiene un nopal en la cara”, y un
largo etcétera.
El empleo de conceptos cargados negativamente no es único de
nuestro país. Ocurre en cualquier conjunto humano. El “otro”, el diferente,
siempre despierta temores y provoca una primera reacción de aversión. Es un reflejo
condicionado arraigado en nuestra naturaleza animal. No lo justifico, sólo
intento explicarlo. La educación inclusiva puede paliar este fenómeno, pero no
desarraigarlo por completo, pues los valores y los prejuicios culturales son
absorbidos desde la infancia, a través de la familia y el grupo inmediato a la
persona.
La corrección política que impera en nuestros días ha
añadido complejidad a este tema, pues se han desarrollado amplios y nuevos
códigos de compostura que combaten las viejas expresiones prejuiciadas, que
algún día tuvieron su momento de “corrección”. Contamos ahora con “lenguajes
incluyentes” para el género —y su diversidad—, para las “razas” —otro término
hoy demonizado—, para las poblaciones “en situación de vulnerabilidad” —“discapacitado”
es preferible a “incapacitado”—, para los grupos etarios —ya no puede emplearse
el término “senectud”—, etcétera. El lenguaje se convierte en un recurso más para
la construcción de discursos políticos donde imperan las ideologías y sus respectivas
correcciones.
Despliego esta reflexión motivado por el linchamiento en
medios que se ha dirigido contra el consejero electoral del INE, Uuk-Ib Espadas,
por haber empleado una expresión políticamente incorrecta en una entrevista,
donde el tema abordado nada tenía que ver con el pretendido racismo del que se
le acusa. Conozco al consejero desde hace más de tres décadas y me consta su
compromiso con la democracia y los grupos históricamente sojuzgados, como lo ha
sido la población de origen afro. Coincido en que fue desafortunado el uso de
una expresión cargada, pero el consejero se refería al significado coloquial que
se le da —todavía— en nuestro país. Nunca hubo un segundo mensaje o prejuicio
oculto.
El desarrollo de esos grupos vulnerados debe fundamentarse
en acciones trascendentes para la resolución de las contrariedades que los
afectan en el plano material y en el cultural. Hay que combatir los
estereotipos venenosos en el lenguaje, sí, pero no mediante el cadalso y el
oprobio públicos, sin atender el derecho a réplica, con apertura de mente y
beneficio de la duda.
De otra manera, caemos
en lo que criticamos: el prejuicio y la discriminación, ahora por parte de la
nueva corrección política.
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