A 17 meses de la próxima realización de elecciones federales y presidenciales, las aguas políticas están tan agitadas que a diario estamos siendo bombardeados por novedades sin cuento. Los precandidatos son ya legión, y se acompañan de una diarrea de declaraciones. Que aquél ya se destapó, que éste lo volvió a negar, que fulano pide que lo den por muerto, que zutano exige la renuncia de mengano para que no aproveche las ventajas del balconeo oficial, que perengano prefiere dejarla para una mejor ocasión futura, en fin… Los únicos que abierta y activamente están trabajando sus aspiraciones son los así llamados “candidatos ciudadanos” –como si el resto no lo fuera : el arrogante Jorge Castañeda y el trivial doctor Simi, Víctor González Torres. Los personajes llaman la atención por sus características personales tan peculiares: el primero es un académico aristócrata, miembro de una de las mejores familias de la política exterior mexicana, criado en ambientes sofisticados donde mamó el inglés y el francés. El segundo no es sofisticado, pero es representante fiel de la clase empresarial rústica, atolondrada y lenguaraz, esa segunda generación que logró expandir el negocio paterno y por ello está convencida de que el éxito económico es signo indudable de capacidad de liderazgo social.
Los dos critican a los partidos políticos, una diatriba facilota que se ha convertido en el deporte nacional a partir de la irrupción de la democracia efectiva. Han aprovechado los defectos indudables de esas instituciones para plantear la necesidad de que se reconozca el valor de las llamadas “candidaturas ciudadanas” como la forma más auténtica de traducir las expectativas políticas de la población general. Se pretende que un ciudadano destacado –supongo que en cualquier área de actividad puede ser un vehículo más fiel de las demandas de sus congéneres. Y esto en el discurso actual suena muy bien, ya que de alguna manera todos –y todas diría Fox nos proyectamos en ellos y quisiéramos un día vernos en las mamparas de la política sin tener que transitar por la talacha ingrata de la militancia partidista. ¿Para qué construir instituciones partidarias, para qué emprender la dura “brega de eternidad” de la educación cívica –Gómez Morín dixit , si se puede tomar el conveniente atajo de la candidatura ciudadana? Los únicos requisitos parecen ser el tener cierta celebridad y proyección social, y por supuesto contar con cuates y contactos dispuestos a soltar el billete para la financiación de una aventura nunca barata. O bien ser asquerosamente rico, y autofinanciarse la campaña. De ahí el siguiente paso es levantar encuestas entre los clientes de uno mismo, o bien recorrer el país para “sondear” el grado de aceptación de “nuestra” oferta. Evidentemente los resultados serán abrumadoramente favorables a “nuestro” perfil y nos diremos dispuestos a sacrificar nuestro tiempo –que de ser egoístas podríamos estar aprovechando mejor en los negocios o en la academia en pos de un proyecto de nación “ciudadano”.
Los independientes podremos levantar la voz y abrirles los ojos a la gente –a esos otros ciudadanos enajenados por los partidos para hacerles entender: “el país es tuyo, güey, tómalo”. El mesianismo en esas palabras da escalofríos. Debemos esperar a recibir el mensaje del ciudadano iluminado, impoluto, ajeno a la corrupción que se ha apoderado del templo, casa de su padre. Los candidatos ciudadanos nos sugieren que el trabajo político en las corporaciones partidistas es deshonesto por definición, ya que fomentan el intermediarismo y el clientelismo. Es evidente que hay mucho de razón en esta afirmación, pero ¿es mejor la vía que ellos nos proponen? ¿Ganaremos mucho abriendo la puerta a la posibilidad de registro directo de ciudadanos a las candidaturas? A mí me parece que sólo se estaría abriendo una caja de Pandora, que pondrá la competencia política en manos de personajes petulantes que no tendrán compromiso alguno con principios ideológicos o programáticos, sino únicamente con los que los hayan financiado o consecuentado –y en esto los medios de comunicación podrían jugar un papel muy peligroso: ¿qué tal si mañana se le ocurre a Azcárraga Jean que él sería un espléndido presidente, a la manera de Berlusconi?
¿De veras nos gustaría ver a las Simi chicas a cargo de las secretarías de Estado? Y es que los candidatos ciudadanos con relación a los surgidos de procesos partidistas, “son lo mismo, pero más barato”. Y lo barato sale caro.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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