El Papa Juan Pablo II cayó nuevamente enfermo esta semana. Cada decaída en su salud renueva las inquietudes acerca de su sucesión y las eventuales consecuencias para la política internacional y el equilibrio de los poderes mundiales. También da motivo para la reflexión acerca de la trascendencia de su tránsito vaticano y su legado a la humanidad del siglo XXI.
Primero, hay que reconocer que el pontífice ha jugado, en sus casi 27 años de apostolado, un papel radicalmente diferente al que sus antecesores se habían atrevido a ejercitar. En los tiempos recientes, tal vez sólo Juan XXIII haya tenido una proyección comparable sobre el mundo de la cristiandad, aunque este, el llamado “papa bueno”, lo hizo desde la óptica de los más pobres y desamparados, y buscó transformar a la iglesia actualizándola y poniéndola a tono con un mundo moderno y demandante. Su legado más trascendente fue el concilio Vaticano II, de tanta trascendencia.
En contraste, Juan Pablo II no será recordado por sus medidas modernizantes ni por haberse atrevido a vincular a la iglesia con la causa de los más pobres. Más bien se le ubicará como el apóstol de los cambios mundiales que desterraron el autoritarismo socialista pero a su vez arraigaron las injusticias del mundo capitalista. Nadie puede negar que el mundo sea más libre hoy que hace 27 años, pero también es más injusto, con una pobreza endémica que hunde sus garras sobre los pueblos del tercer mundo, incluso los católicos. Juan Pablo II contribuyó sustancialmente a la construcción de la felicidad espiritual de su grey, y reubicó a la iglesia católica dentro del concierto de los poderes mundiales. Pero también la alejó de la original aspiración cristiana hacia el igualitarismo, el solidarismo y la búsqueda de la verdad, lo que exigiría el abandono de cualquier compromiso con los poderosos y los opulentos.
El Papa enfermo recibe hoy las oraciones y el amor de millones de católicos y no católicos del mundo. Se atrevió a salir del Vaticano y regar su mensaje por todo el mundo. Acercó a la fe católica con el resto de las religiones mayores, en un ejercicio ecuménico que no se había visto antes. Pidió perdón a los judíos, y reconoció las grandes injusticias históricas de la iglesia católica.
Nunca como hoy el Vaticano es un poder terrenal. El papado se ha convertido en un factor trascendente dentro de la política mundial. Eso lo tuvieron muy claro todos los presidentes norteamericanos que sin excepción han confirmado una clara alianza con el Estado más pequeño del planeta. Ya nadie recuerda la marginación política en la que se desenvolvió Pablo VI, o las escandalosas crisis financieras que envolvieron a la banca papal, o los silencios vergonzantes de Pío XII ante los nazis. Hoy día, el Estado Vaticano es respetado y considerado por el resto de los poderes terrenales, y su voz se escucha con atención y deferencia.
Juan Pablo II ha sido un artesano del porvenir. Encontró un mundo profundamente dividido, inmerso en las luchas soterradas de la guerra fría y el peligro de la hecatombe atómica. Cuando culmine su tránsito terrenal habrá heredado a su sucesor a una humanidad tal vez no más feliz ni justa, pero sí menos azotada por los terrores de la paranoia ideológica. No podemos decir que el planeta sea hoy más seguro de habitar, sobre todo para los más pobres, pero sí se puede afirmar que sus conflictos han cambiado de carácter y de intensidad, pues han migrado desde los espacios globales y hemisféricos hacia los regionales y étnicos. Y no sería justo debatirle al papado su enorme contribución a este nuevo entendimiento universal, pues el militantismo del Papa enfermo contribuyó enormemente a corroer los cimientos, ya endebles, de los fundamentalismos socialistas.
Muchos hubiéramos querido ver de parte de este Papa peregrino una postura mejor definida, o incluso un cambio de la misma, en cuestiones polémicas como la de la atención a la pobreza extrema, el control del crecimiento demográfico, la participación femenina en el sacerdocio, la redefinición de la familia, e incluso sobre la revisión de la liturgia, los rituales, partes de la doctrina y el panteón santoral, lo que podría actualizar las formas de la fe a los fondos de la misma. Prácticamente un nuevo aggionamento.
Pero para ello habrá que esperar por el advenimiento de otro Papa bueno.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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