Ya es común leer o escuchar la opinión de que el combate al narcotráfico está siendo perdido por el Estado mexicano. Sus instituciones, incluso la presidencia de la República, están siendo infiltradas y socavadas por personajes oscuros, a sueldo de los mafiosos. Yo me atrevo a suscribir esa opinión, pues en efecto percibo que se está perdiendo la batalla contra el tráfico de sustancias prohibidas. Y esa derrota anunciada se evidencia en la enormidad de recursos, bien lavados, que circulan sin problemas en muchas regiones y sectores económicos del país, que hoy día sobreviven gracias a dos fuentes principales de divisas: los narcodólares y los migradólares. Michoacán es un ejemplo claro de lo anterior. 2 mil 200 millones de dólares entraron a esa entidad el año pasado por concepto de remesas de los michoacanos en el exterior, según publicó Jonathan Heath en Reforma este jueves. Guanajuato, Jalisco y Zacatecas recibieron a su vez más de mil millones cada uno. ¿Pero cuántos millones adicionales habrán entrado a circular en las economías regionales a partir del narcotráfico? En todos esos estados –aunque bastante menos en Guanajuato¬ es voz popular que se trafica, y mucho, con enervantes.
El poder económico de los capos es enorme. Su prestigio social también lo es. Son vistos como benefactores de sus comunidades y sus familias. Sus nóminas incluyen no solamente a sicarios y matones; también a legiones de abogados, ingenieros, arquitectos, contadores y demás profesionistas que los defienden, los asesoran, les construyen sus palacetes, les llevan sus cuentas y los conectan con los políticos encumbrados. La corrupción va de la mano del tráfico de drogas ilegales, y se convierte en un cáncer que terminará afectando a todo el cuerpo social. Y desgraciadamente la estrategia de combatirlos con los recursos represores de la ley sólo ha conducido a la misma corrupción de los cuerpos de seguridad que deberían aplicar los correctivos. Pronto los veremos financiando partidos y campañas políticas.
Es claro que así no estamos yendo a ninguna parte. La estrategia, tarde o temprano, tendrá que cambiar, y se deberá aceptar el hecho de que esta podredumbre debe combatirse desde su raíz, y no solamente con las pomadas tópicas que hemos acostumbrado hasta ahora. Podríamos meter a la cárcel, incluso ejecutar a todos los narcotraficantes del país, y en poco tiempo tendremos centenares más que cubrirán las ausencias. No se puede ir en contra de las leyes del mercado, diría Adam Smith, y las consecuencias las seguiremos pagando con violencia social, corrupción y desprestigio de las instituciones.
Hay necesidad de un amplio debate nacional e internacional sobre este tema. La experiencia histórica nos indica que prohibir el uso o el consumo de algún artículo incrementa su demanda y lo convierte en objeto de tráfico ilegal. Los únicos ganones serán los delincuentes, no la sociedad. Se podría comenzar legalizando la producción, distribución y consumo de la marihuana, sometiéndola a las mismas restricciones legales a que responden el alcohol y el tabaco. Al principio habría un incremento en su consumo, evidentemente, pero estoy seguro de que al paso del tiempo se estabilizará, limitándose a las comunidades que de todas formas hoy día ya la consumen. Pero este tipo de pasos deben darse a nivel internacional, para evitar que se convierta en un elemento de discordia y de un nuevo contrabando semilegal.
En nuestras sociedades ya circulan legalmente y con profusión otras drogas y estupefacientes, como el tabaco y el alcohol. Pero no por ello la sociedad se ha transformado en una colección de adictos. Existen los que abusan en su consumo, y padecen por lo mismo problemas sociales y de salud. Pero se han desarrollado estrategias y una nueva cultura que ayuda a la moderación a nivel individual y a tratar los problemas de los excesos. Por ejemplo, el tabaquismo está en pleno retroceso a nivel mundial. Los fumadores sabe que están “out” en términos sociales y los pobres se sienten cada vez más como proscritos y discriminados. A los alcohólicos les sucede algo similar, y la bebida ha dejado de verse como un elemento socializador y un hábito normal. Es decir que la cultura del consumo de estos enervantes ha cambiado, y se adivina una tendencia futura hacia el autocontrol reforzado por la presión social, lo que es mucho más efectivo que la prohibición. Algo así deberíamos hacer con respecto a las drogas blandas y duras que hoy día están proscritas. Pero temo que me digan ¿de cuál fumaste?
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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