La política en México fue asunto de minorías elitistas durante muchísimo tiempo. Tanto, que en el año de 1767 el virrey Marqués de Croix espetó a sus gobernados: "pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno." Todavía en su autobiografía “Mis tiempos”, José López Portillo puso en evidencia que el poder de decidir en México correspondía a la voluntad del presidente-emperador que nos regía. Hasta recientemente nadie en nuestro país podía contradecir la voluntad omnímoda del señor presidente, del señor gobernador, del señor presidente municipal. En el hogar, en la escuela, en el trabajo, en el sindicato, la situación no era –no es- muy diferente.
La transición a la democracia cambió sustancialmente la situación. Hoy el presidente de la república tiene su poder delimitado, contrabalanceado por el poder legislativo, el judicial, los gobernadores y demás agentes públicos que han surgido de otros partidos políticos. El enmiendo ha llegado a tanto que incluso nos quejamos hoy de la parálisis de gestión y de gobernación del ejecutivo y el legislativo.
La democracia imperfecta que nos hemos dado nos ha reconocido nuestra dignidad ciudadana. Con el voto, a pesar de todos los vicios de nuestro sistema, podemos incidir de manera efectiva en el desarrollo de la cosa pública. Ya nadie desprecia el peso del voto del elector; al contrario: se ha convertido en suculento empeño de los partidos y candidatos, ávidos de legitimidad. En un entorno en el que en la práctica no existen mecanismos de democracia directa –referenda, plebiscito- el voto periódico para renovar gobernantes o representantes es el único recurso legal para influir en el desarrollo del Estado.
La novel democracia mexicana ha decepcionado a muchos. Se le adjudican los defectos de la clase política que nos gobierna, cuando sencillamente es echarle la culpa al mensajero del contenido del mensaje. Tenemos políticos de mala calidad, pero no es culpa de la democracia como sistema.
La corriente de opinión que impulsa la anulación del voto desconoce que ese es un falso camino. No hay manera de que los votos nulos se traduzcan como un rechazo a los partidos y sus candidatos, pues en nuestro mecanismo no se separan las nulidades por error o ignorancia –que son muchas- del voto negativo y consciente en contra del sistema. Anular el voto puede equivaler a un soldado que dispara al aire frente al enemigo que se viene encima, por no estar de acuerdo con la guerra: sus móviles pueden ser correctos, pero el mecanismo y el momento no.
Yo sí voy a votar, y lo haré por partidos y candidatos concretos. Los mejores desde mi visión. No consentiré el desperdicio de mi voto por considerar que los actores de la política chafean. Allá ellos. Yo buscaré castigarlos o premiarlos según mi parecer.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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2 comentarios:
Hola Luis Miguel,
Anexo la liga de una reseña del Ensayo sobre la Lucidez de Saramago... oportuno en estos tiempos electorales... saludos,
Arturo Hdez.
http://www.monografias.com/trabajos18/ensayo-sobre-lucidez/ensayo-sobre-lucidez.shtml
Muy adecuado!!
Gracias Arturo...
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